El poder de los hábitos

Los hábitos

Las decisiones que tomamos a diario en su mayoría parecen ser analizadas y decididas de una manera reflexiva, pero eso está muy lejos de ser cierto, son hábitos.

Aunque puede que cada uno de esos hábitos no llega a tener mayor relevancia en nuestras vidas, con el tiempo, las comidas que pedimos, lo que decimos a nuestros hijos antes de ir a la cama, si gastamos de más o somos ahorrativos, la frecuencia con la que nos ejercitamos, el modo en que pensamos y rutinas de trabajo impactan profundamente en nuestra salud, productividad, seguridad económica y felicidad.

Los hábitos inician sin que nos demos cuenta, de manera inadvertida se infiltran e instalan y para cuando queremos deshacernos de ellos se transformaron en rutinas inamovibles.

Algunas veces surgen de un sencillo gesto cotidiano, como esa sensación de relajación que tenemos al regresar del trabajo y posicionarnos en el cómodo mueble de la casa y encender la televisión.

En otras ocasiones, se tratan de hábitos inducidos, como la pasta dental que utilizamos para cepillarnos los dientes o aquel ambientador que usamos.

El bucle del hábito

Según la ciencia, los hábitos surgen porque es la forma en que el cerebro trata de ahorrar esfuerzo. Pero si se le permite que utilice sus mecanismos, nuestro cerebro intentará convertir casi toda rutina en un hábito, pues los hábitos permiten que el cerebro descanse más a menudo.

El instinto de ahorrar energía es una gran ventaja. Un cerebro eficiente permite que dejemos de pensar constantemente en conductas básicas como caminar y decidir lo que comeremos, de esta manera podemos dedicar nuestra energía mental a inventar desde arpones y sistemas de riego hasta aviones y videojuegos.

Para la formación y consolidación de un hábito en nuestro cerebro, el proceso cuenta de tres pasos.
Primero está la señal, este sería el detonante que le dice al cerebro que puede poner el automático y el hábito que ha de usar.

Luego está la rutina, que puede ser física, mental o emocional. Nuestro cerebro a decidir si vale la pena recordar en el futuro este bucle en particular. Con el tiempo, el bucle y la recompensa superponen hasta que surge un sentimiento de expectación y deseo. Yes así que se empieza a formar un hábito.

Los hábitos no son el destino

Los hábitos pueden ser ignorados, cambiados o sustituidos. Cuando un hábito emerge, nuestro cerebro deja de participar plenamente en la toma de decisiones, no trabaja tanto o desvía su atención para encargarse de otras tareas.

Salvo que deliberadamente intentes combatir con el hábito, a no ser que encuentres nuevas rutinas, dicho patrón se activará de manera automática.

Sin embargo, el simple hecho de comprender cómo actúan los hábitos, aprender la estructura del bucle del hábito, puede hacer más sencillo el controlarlos.

Cuando fragmentamos un hábito en sus componentes, podemos aprender cómo modificarlo.

Según Ann Graybiel, investigadora del MIT (Instituto Tecnológico de Massachusetts): Los hábitos nunca desaparecen y quedan grabados en las estructuras de nuestro cerebro, lo cual es una gran ventaja para nosotros, imagínense lo terrible que sería después de cada vacación tuviéramos que aprender a conducir de nuevo.

El problema radica en que el cerebro no distingue entre los buenos y los malos hábitos; por eso, si es que tienes un hábito malo, siempre te acechará, esperando la señal y la recompensa.

Esto explica por qué es tan difícil crear hábitos para hacer ejercicio, por ejemplo, o cambiar nuestra forma de comer. Una vez que hemos desarrollado el hábito de sentarnos en el sillón, en lugar de salir a comer, o la de comer cada vez que vemos una caja de donuts, dichos patrones permanecerán en nuestra cabeza.

Esta misma regla aplica cuando aprendemos a crear nuevas rutinas neurológicas que se interpongan a esas conductas, si podemos controlar el bucle del hábito, podremos conseguir que esas malas tendencias queden en un segundo plano.

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admin12

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